Devocionario Vol 3
Ramón Sender y el San Francisco Tape Music Center
Comenzamos una nueva sección mensual de Francisco J López en que se recorrerá los terrenos más ignotos y vetustos de la música pop. ¡Bienvenidos a Devocionario!
La mayoría de los lectores de Blisstopic, a los que la cultura (como a los legionarios el valor) se les supone, saben quién fue Ramón J. Sender, el novelista aragonés exiliado tras la guerra civil y autor de una importante obra literaria. Pero serán bastante menos los que conozcan a su hijo americano, Ramón Sender Barayón. Y sin embargo tiene una historia y una producción creativa igualmente fascinante. Así que subsanemos la injusticia glosando su carrera y peripecia vital.
La historia comienza, como tantas otras igualmente trágicas, en julio de 1936. La familia de Ramón J. Sender pasa sus vacaciones de verano en un chalet de la sierra de Guadarrama. Por la radio escuchan noticias del alzamiento fascista y son testigos de los primeros combates de las tropas regulares contra los milicianos enviados para frenarlas. Sender, ya por entonces un conocido periodista y escritor de izquierdas, decide volver a Madrid para ponerse a las órdenes del gobierno de la República y aconseja a su mujer, Amparo Barayón, que se refugie con los niños en Zamora, su ciudad natal y donde vive toda su familia, pensando que allí se encontraría más segura. Un tremendo error, como luego se vio, ya que precisamente allí la represión falangista se cebaría con la población. Fue un cuñado, ese que hay en todas las familias, quien la denunció por ser la mujer de un notorio rojo, y acabó fusilada en la tapia del cementerio. Los dos hijos que dejó, Ramón de 2 años y la todavía lactante Andrea, después de rodar por orfanatos fueron evacuados a Francia por la Cruz Roja Internacional. De allí los recogió su padre para llevárselos a Estados Unidos donde los dejó, primero de modo provisional y luego permanente, con una familia de adopción en el estado de Nueva York. Sender padre, mientras tanto, rehízo su vida como profesor y escritor de éxito en Nuevo México, visitando sólo esporádicamente a sus hijos, a los cuáles nunca habló de su madre muerta, negándose además a que se tocara el tema en su presencia.
Con semejantes antecedentes no es raro que el pequeño Ramón creciera traumatizado (su hermana optó directamente por meterse a monja). Durante años encontrar información sobre el destino de su madre fue una obsesión, llegando incluso a someterse a sesiones de hipnosis para tratar de alcanzar recuerdos reprimidos. Sólo tras la muerte del padre en 1982 viaja finalmente a España para hablar con los testigos aún vivos de aquellos acontecimientos. Crónica de aquel viaje es Death in Zamora, un libro que se lee como una novela que fuera intercalando diferentes historias: la búsqueda de la madre muerta, la vida de Amparo, la narración de sus últimos días... La crítica española del momento no lo acogió nada bien al ofrecer una imagen poco favorecedora del fallecido novelista, al que retrata como mujeriego, mal padre y algo paranoico (vivía con el temor constante de que la KGB fuera a asesinarle).
Entre estos dos viajes, al exilio tras la guerra y de vuelta a su tierra natal, desarrolla Ramón Sender Barayón su carrera musical, una de las más creativas e interesante de la vanguardia norteamericana de la época. Carrera que comenzó dentro de la ortodoxia académica, teniendo maestros como Henry Cowell, Elliot Carter y hasta Darius Milhaud. Su primer contacto con la música electrónica fue muy precoz, en los años 50, en una presentación en Nueva York del Gesang der Jünglinge de Stockhausen que hicieron Louis y Bebe Barron, famosos por haber compuesto la banda sonora de Forbidden Planet, la primera totalmente electrónica de la historia. A partir de ahí, fascinado por las posibilidades de la cinta magnética, empezó a incorporarla a sus primeras composiciones para crear efectos espaciales. Más tarde, mientras estudiaba en San Francisco con Robert Erickson, conoció a Pauline Oliveros, con la que creó el primer laboratorio de música electrónica que hubo en el conservatorio de aquella ciudad. Discrepancias con los responsables del centro por cuestiones artísticas y presupuestarias le llevaría a fundar en 1961 junto a Morton Subotnic, otro de los habituales de aquella escena, el San Francisco Tape Music Center.
Su primera sede fue en una vieja casa victoriana sobre la que pesaba una orden de demolición y de la cual tuvieron que salir casi con lo puesto al provocar Ramón un incendio accidental mientras cambiaba un fusible. El edificio al que se trasladaron tras el incidente disponía de mejores instalaciones y hasta de un auditorio para celebrar conciertos. Obviamente el alquiler era más elevado y para pagarlo hubieron de compartirlo con compañías de teatro y danza. Aquello, lejos de ser una molestia amplió sus perspectivas ya que comenzaron a componer música para espectáculos y sobre todo a incorporar elementos visuales a los hasta entonces plúmbeos conciertos para cinta magnética. Y esto es importante porque, además de innovar en el campo musical, el SFTMC fue pionero en un tipo de performance en la que, por ejemplo, se proyectaban sobre actores y bailarines cortos experimentales en 8mm, luces estroboscópicas y esos efectos psicodélicos creados con tintas oleosas que tan populares se harían en los años posteriores, mientras los músicos interpretaban una partitura o improvisaban sobre un fondo sonoro grabado en cinta. Estaban creando una nueva forma de arte y eran conscientes de ello.
Alentados por el éxito que empezaron a tener se atrevieron incluso a montar espectáculos callejeros y, más tarde, a participar en los primeros festivales que precedieron al advenimiento del movimiento hippie en San Francisco. El más famoso fue el Trips Festival, un evento de tres días organizado por Steward Brand y que fue el primer acid-test masivo del que se tiene noticia. Sender y sus compañeros del SFTMC, además de colaborar en la producción, figuraban en el cartel junto a bandas de rock como The Greateful Dead o Big Brother and the Holding Co. También estuvieron por allí Ken Kesey y The Merry Pranksters y hasta escritores de la beat generation como Ginsberg o Neal Cassady. Pero sobre todo no faltó el LSD sintetizado por Stanley Owsley, por entonces técnico de sonido de los Dead y uno de los químicos más productivos del underground californiano. Todas estas aventuras las narra el propio Sender en una divertida novela autobiográfica titulada Naked Close Up en la que se mezclan personajes reales con otros de ficción bajo cuyos nombres no es difícil reconocer a algunos de los protagonistas de aquellos momentos. En cualquier caso, para cuando llegó el "verano del amor" ya no quedaba nada del Centro. La mayoría de sus miembros, atraídos por el señuelo de un contrato fijo, habían ido renunciando a sus sueños de libertad para caer en las redes de instituciones académicas. Sender, que siempre tuvo tendencia al misticismo, estuvo los años siguientes tonteando con las religiones orientales y viviendo en distintas comunas, entre ellas el famoso Morning Star Ranch.
La música de Ramón Sender nunca ha sido adecuadamente editada, la mayoría de sus discos están descatalogados aunque se pueden encontrar piezas y fragmentos si se buscan por internet. Lo más interesante de su producción es lo que hizo en los años sesenta cuando estaba en el SFTMC, a pesar de la precariedad de medios. Allí sólo disponían de magnetófonos de segunda mano y de algunos primitivos generadores de sonido que les fabricaban amigos habilidosos. Junto a los sonidos puramente electrónicos empleaban como bases los obtenidos de instrumentos clásicos modificados, sobre todo pianos, o bien grabaciones de campo, de voces humanas o de cualquier objeto capaz de hacer ruido. Un método que seguía bastante fielmente las enseñanzas de la musique concrète. Luego, mediante regrabaciones en cinta en uno y otro sentido y a distintas velocidades se obtenían resultados espectaculares. Llegaron incluso a crear una especie de mellotron avant la letre con una serie de cabezales reproductores de magnetófonos a los que el intérprete hacía contactar con cintas de diverso contenido. Este primitivo trabajo artesano ganó eones en eficiencia cuando el ingeniero Donald Buchla les fabricó en 1965 el primer módulo de su famoso sintetizador, el Buchla Modular Electronic Music System, más conocido como The Buchla Box, al que tanto partido sacaría en sus composiciones Subotnick. A diferencia del sintetizador de Robert Moog el de Buchla carecía de teclado convencional y tenía en su lugar una serie de placas sensibles el tacto que podían programarse con cualquier sonido, lo que daba al intérprete una mayor versatilidad. Además fue el primer sintetizador en incorporar la función de secuenciador.
Muchas de las piezas que compuso Sender en esa época introducían en sus interpretaciones en vivo elementos de aleatoriedad o bien de performance. En una de las más conocidas, Dessert Ambulance, mientras sonaba la cinta magnética la intérprete (Pauline Oliveros, a quien está dedicada) permanecía con su acordeón en la oscuridad al tiempo que sobre ella se proyectaban imágenes, recibiendo las instrucciones de la partitura a través de auriculares. Por cierto que el nombre de esta pieza lo inspiró una foto de una ambulancia de la Cruz Roja de los años 30 que encontró en la calle y que le impresionó especialmente. Veinte años más tarde, durante su viaje a España, comprendió que en una ambulancia como ésa fue evacuado a Francia junto con su hermana, y que el recuerdo había permanecido inconsciente todo ese tiempo.
Ramón Sender sigue viviendo en California con su mujer Judith Levy. En los últimos años estuvo obsesionado por contactar con una hija suya, atrapada en una secta de inspiración cristiana llamada The Bruderhof. Al conocer su muerte en 1988, decidió crear The Peregrine Fundation, una organización sin ánimo de lucro con el objetivo de ayudar a personas atrapadas o traumatizadas por su pertenencia a organizaciones religiosas, comunas y similares. En cuanto a su producción artística, hace ya tiempo que él mismo acabó siendo un adepto del movimiento new age y lo que hace tiene muy poco interés.

Francisco J. López
Nacido en Sevilla en los sesenta, descubrió la música moderna con el rock progresivo y eso le marcó de por vida. Empezó escribiendo para fanzines y revistas locales de efímera existencia como Nueva Música. En los ochenta montó en compañía de otros la promotora de conciertos Producciones Informales, igualmente efímera. Bajo el alias de Profesor Franz colaboró durante algún tiempo en Canal Sur Radio, y con ese mismo seudónimo desarrolló una (efímera) carrera de disc-jockey. Ha escrito de música para Go Mag y Diario de Sevilla, entre otros medios. Lleva la comunicación del sello Knockturne Records y se gana la vida como profesor de universidad.