Cruïlla Festival 2018 Crónica
12-14/07/2015, Parc del Fòrum, Barcelona
Texto Jaume Muñoz
Fotos Eric Altimis
Un jueves por la tarde cualquiera, te acercas al recinto barcelonés del Fòrum y empiezan a pasar cosas. Contemplas un muro en el que empiezan a gestarse piezas de street art, te pones una pulsera electrónica para pagar las consumiciones, examinas los numerosos food trucks, te tomas una cervecita junto al mar, te estudias los horarios y la ubicación de los seis escenarios distintos y empiezas a decidir qué querrás ver de la ecléctica programación del Cruïlla 2018.
JUEVES 12
El jueves era un día tranquilo, una especie de aperitivo musical para entrar en materia. Y de qué manera. Un público escaso pero sólido se reunió delante del escenario Estrella Damm para ver la actuación de Seasick Steve. Había escuchado sus discos, pero era la primera vez que tenía la ocasión de verlo en directo. Cruzo los dedos para que no sea la música. Este bluesman de Oakland (California), famoso por su larga barba blanca y por las singulares guitarras que él mismo se fabrica (utilizando desde cajas de madera a viejas matrículas de coche), ofrece una música sencilla y efectiva. Lo suyo es un blues-rock sin aspavientos, que sigue estructuras sencillas y habla de temas cotidianos. En esta gira, Steve va acompañado del carismático batería Dan Magnusson y de nada más y nada más y nada menos que Luther Dickinson, guitarrista y cantante de los North Mississippi Allstars.
Este singular power trío nos regaló temazos como “Last po' man turn out the light” o “Summertime boy”. Luther iba alternando entre diversas guitarras, y ocasionalmente tocó también el bajo (concretamente, un bajo de dos cuerdas hecho con una washboard). Seasick Steve vive tanto su música, que en ocasiones le basta con deslizar el pulgar por un par de trastes del mástil para crear un blues fascinante. Fue un concierto directo y contundente, con una música que te invita a moverte, a golpear con el pie en el suelo y a sonreír. En otras palabras, la esencia básica del rock and roll.
A continuación se concentró un público bastante más extenso para ver al plato fuerte del día (y el último, ya que mi religión me impedía ver a Bunbury). Había mucha tensión en el ambiente para ver al adorable Jack White. Había ganas. Yo había visto ya a los White Stripes en alguna ocasión, pero nunca a él con su proyecto en solitario. Y a pesar de que Jack era el alma mater de los White Stripes, son proyectos bastante distintos. En solitario, los temas de Jack son un poco más alambicados, con más juegos de ritmos y voces distintas.
El concierto empezó con los alaridos de “When I Hear My Name”, del álbum de debut de los White Stripes. Poco después nos regalaban las guitarras setenteras de “Corporation”, con Jack moviéndose por el escenario preguntándonos “Who's with me?”. El sonido era compacto, pero me dio la impresión de que los múltiples teclados (dos teclistas, que entre los dos suman un total de cinco teclados) no tenían suficiente definición. El resto de la banda sonaba muy sólida. A destacar la batería Carla Azar, procedente de la banda Autolux, que combina un aspecto elegante y estiloso con una forma de tocar potente y muy personal.
Sonaron también “Lazaretto”, del disco homónimo (el segundo en solitario), “Love interruption” de Blunderbuss y la emocionante “Connected By Love” del último disco, además de unos cuantos temas más de los Stripes. Quizá los que más me gustaron fueron la emotiva “We're Going to Be Friends” y la delicada versión con piano de “Hotel Yorba”. Jack estaba bastante de buen humor, y nos contó que le había hecho mucha ilusión encontrar en Barcelona una cafetería llamada Satán (se refería a Satan's Coffee Co.). Previsiblemente, el concierto terminó con la que en su día fue una gran canción, pero que se ha acabado convirtiendo en un himno de futboleros borrachos. Honestamente, me resulta completamente imposible disfrutar de “Seven nation army” cuando a mi alrededor se alza el LOLOLOLO de todo un ejército de gañanes. En fin, pero este final no cambió el hecho de que acabábamos de vivir un verdadero festival de riffs de la mano de un artista personalísimo.
VIERNES 13
Para mí, el viernes era el día más completo. A las siete de la tarde, bajo un sol inclemente, no fue difícil colocarme en primera fila en el escenario Timeout para ver a mi querida Camille. Apareció acompañada de tres coristas/bailarinas, dos percusionistas y un pianista. Pocos son los ingredientes que necesita esta parisina para generar verdadera magia vocal y rítmica. Yo soy fan desde su magnífico álbum “Le Fil” (de 2005), del que solamente tocó un tema (el magnético “Ta douleur”). Lo que más me sorprendió a primera vista, fue que la actuación de Camille tenía más que ver con una pieza de danza que con un concierto al uso. La escenografía y el vestuario estaban dominados por un azul muy mediterráneo, y cada tema seguía una coreografía muy cuidada. El resultado es un espectáculo cambiante y dinámico, con disposiciones distintas para cada tema. Y a pesar de que todos los intérpretes sigan una coreografía estudiada, hay espacio para la frescura y la expresión particular, lo cual es de agradecer. El concierto se me hizo cortísimo; me hubiera pasado mucho rato más viajando por esos paisajes visuales a ritmo de coros, percusiones y delicado beatbox.
Tenía un rato para esperar el que para mí era el atractivo principal de la noche (los Prophets of Rage), y decidí hacer un pequeño recorrido de degustación. Empecé viendo unos temas de Joana Serrat, una cantante de Vic que hace folk cantado en inglés y con raíces al otro lado del océano. Va acompañada de una banda sólida, con un buen slide guitar. A continuación fui a ver cómo sonaba N.E.R.D., la banda de Pharrel Williams. Y lo que encontré fue una verdadera fiesta de funk-rap, con una estética y una sonoridad muy old school. Música para bailar como locos, corear y pasar un muy buen rato. Put your hands in the air, motherfuckers. Tenía la tentación de quedarme hasta el final, pero decidí irme antes para ver al mítico Gilberto Gil. Y cuál fue mi sorpresa cuando empezó el concierto y el señor Gil no estaba en el escenario. En efecto, la banda estuvo tocando sin él durante ni más ni menos que media hora, en la que estuvieron tocando una mescolanza de reggae y bossanova. Cuando por fin apareció el Sr Gil, a muchos se nos habían pasado las ganas, y no llegó a conquistarnos.
Además, había llegado el momento más esperado. Tocaba ir a posicionarse en la primera fila del escenario Estrella Damm para el que sería el mejor concierto del festival. A las once en punto salieron a escena el guitarrista Tom Morello, el bajista Tim Commerfordy y el batería Brad Wilk de los míticos Rage Against The Machine, acompañados por dos de los pilares del hip hop de los ochenta y los noventa: Chuck D de Public Enemy y B-Real de Cypress Hill. Delante nuestro teníamos a los Prophets of Rage. Para quien no los conozca, esta superbanda celebra la música de las tres bandas respectivas, combinando temas nuevos que han aparecido en un álbum y un EP con temas clásicos de las respectivas formaciones.
La descarga empezó con el tema “Prophets of Rage”, de Public Enemy. Des del primer momento quedó muy claro que ahí habíamos ido a sudar, a saltar, a bailar, a reír, a gritar y a emocionarnos. Y así fue. “Testify”, “Heart afire”, “Fight the power”... Poco a poco, la banda fue soltando una bomba tras otra. Además, estos profetas de la rabia nos dieron algún que otro respiro alternando los temas más potentes con momentos de hip hop (de la mano de DJ Lord de Cypress Hill), donde sonaron temazos como “I Ain't Goin' Out Like That” o “Insane in the Brain” de Cypress Hill, “Bring the Noise” de Public Enemy y una sorprendente “Jump around” de House of Pain. En las primeras filas se organizó un pogo tremendo, especialmente en la recta final del concierto, en los que nos regalaron “Bulls on parade”, “Freedom” y “Killing in the name”.
En resumen, un concierto espectacular, entrañable y vigoroso, con un repertorio impecable y una banda en muy buena forma. Lo viví con la misma intensidad que el concierto de Rancid y Rage Against The Machine (Palau d'Esports, 1996). Evidentemente, se echa de menos al vocalista Zack de la Rocha, pero le sustituye unos de sus maestros, que no es poca cosa. Pero tal y como hacía Zack, me gustó que en “Killing in the name” cambiaran ligeramente la letra para decir “Some of those that burn crosses are the same that hold office”, una crítica al gobierno de los EE UU.
Después de semejante conciertazo, decidí tumbarme en la hierba a cenar y disfrutar desde lejos del reggae de Damian Marley, que me pareció correcto sin llegar a ser fascinante. Pero lo importante era reunir fuerzas para la última descarga del día. En el escenario Radio 3 nos esperaban The Last Internationale, mi gran descubrimiento del Cruïlla 2018. Este potentísimo trío de Nueva York nos dejaron sin aliento con su electrizante mezcla de rock alternativo y punk descarnado, compuesto por las cuidadas melodías de Delila Paz y las guitarras atronadoras de Edgey Pires. Entre bastidores, el guitarrista Tom Morello flipaba tanto como nosotros con la potencia y el ritmo frenético sin respiro de los neoyorquinos. Hacia el final del concierto, Delila demostró sus tablas y su frescura paseándose entre el público mientras nos regalaba una versión increíble de “A change is gonna come” de Sam Cooke. Una gran banda a tener muy en cuenta.
SÁBADO 14
El tercer día de festival empezó con la agradable visita de Fatoumata Diawara. Esta cantante de Costa de Marfil afincada en Francia venía a presentar su nuevo disco, “Fenfo” (Something To Say), de 2018. Si tuviéramos que dar un premio a la mejor sonrisa del festival, sin duda sería para ella. Fatoumata conquista al público con su alegría, su frescura, su energía y esa forma de cantar, que está arraigada en la tradición pero que ella lleva a territorios propios. Entre tema y tema, nos habló de temas tan importantes en su obra como las raíces, la igualdad o la tolerancia. Además, nos habló de Fela Kuti, diciendo que ella considera que es su deber continuar con el legado del afrobeat. Y la verdad es que lo hace la mar de bien. Fue un concierto energético, con una banda risueña e intensa, y una Fatoumata que embelesa con sus fascinantes gritos y con esos movimientos unívocamente africanos. A destacar la simpática versión de “Higher ground” de Stevie Wonder.
Al igual que el día anterior, decidí hacer una ruta de descubrimiento para hacer tiempo para David Byrne, pero no me entusiasmó ni el pop de Elefantes, ni el folk un poco soso de We the Lion ni el reggae estándar de Soja.
Pero todo esto quedó olvidado cuando me planté en las primeras filas del escenario Cruïlla Enamora para la inolvidable actuación de David Byrne. La primera imagen ya prometía. Un escenario totalmente vacío, delimitado por tres imponentes cortinas de cadenas. En el centro había únicamente una mesa. En ella estaba sentado David, que empezó a cantarle a un cerebro que tenía en la mano. Poco a poco, fueron apareciendo los músicos, que iban aportando su granito de arena, sumando sus ritmos y sus melodías a la voz de David. Y entre ellos una pareja de bailarines, que nos regalaron unas coreografías frescas e hipnóticas.
Todos los movimientos de los músicos (que evidentemente iban conectados inalámbricamente para facilitar los movimientos) estaban perfectamente coreografiados. El resultado era un espectáculo dinámico y en constante evolución. El elenco iba cambiando de un tema a otro, lo cual le daba variedad y dinamismo. Al igual que en el caso de Camille, el aspecto escénico tenía una gran importancia. Y también al igual que la parisina, David supo ser espontáneo a pesar de seguir un guión escénico. Tengo que reconocer que nunca he sido un gran fan de los Talking Heads, pero quedé absolutamente fascinado por el espectáculo. A destacar su versión de “Hell You Talmbout” de Janelle Monae. también me enamoró con “Every day is a miracle”, un tema en el que David desprendía un aura poética y sanadora. Uno de esos momentos en los que te olvidas de que ahí fuera hay un mundo terrible y en los que vives la belleza e inmediatez del momento. Porque de eso se trata la música, ¿no?
Cuando acabaron los últimos acordes, tocó salir corriendo para no perderme el inicio de la actuación de The Roots, la banda que más ganas tenía de ver el sábado. Los de Filadelfia convencieron a propios y extraños con su hip hop de la vieja escuela tocado con instrumentos. El cantante Black Thought y el batería Questlove (los únicos miembros originales) desprenden un carisma espectacular, al igual que el guitarrista Captain Kirk Douglas y el trombonista Tuba Gooding Jr. En total, la banda cuenta con once miembros, y entre todos te ofrecen una verdadera fiesta que combina rap, soul, funk e incluso algo de rock (me dejaron especialmente noqueado con su breve versión de “Sweet Child O' Mine”). Como dicen en su tema “Without a doubt”, ‘hip hop has not left yet’ (el hip hop todavía no se ha ido). Y lo demostraron con creces. Después de la batidora de The Roots, un servidor decidió retirarse. Con grandes actuaciones todavía frescas en las retinas, canciones inolvidables en los tímpanos y una sonrisa en los labios. Nos volveremos a ver, Cruïlla.

Redacción
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