Swans + Baby Dee en Barcelona
15/10/2017, Apolo, Barcelona
8,5
Fotos Eric Altimis
Como una Lotte Lenya trans, con el pelo estropajoso de Robert Smith teñido a lo Divine y la voz de Antony (ahora Anohni) afilada y sometida a una sesión de lija, Baby Dee abría el 15 de octubre en Apolo el concierto de despedida de unos Swans refundados y reimaginados a los que, desde el aún tentativo (pero no por ello menos excelente) “My Father Will Guide Me up a Rope in the Sky” (2010), su reincidencia en los escenarios barceloneses ya ha convertido prácticamente en banda cuasilocal. Lo hacía con dicción temblona, crispada, de agudos filosos, y con una presencia gesticulante y juguetona, llena de muecas, marcada por la irónica escenificación de unos falsos modos aniñados al servicio de historias más propias de los cuentos para no dormir. Lo hacía acompañada sólo por una guitarra acústica de punteos ocasionalmente cohenianos y un acordeón que escoraba la música ora hacia el cabaret intoxicado a lo Kurt Weill, ora hacia el folklore más o menos irlandés (en “So Bad”), con escalas en el spoken word de una de las Patti Smith más extrañas. Lo hacía antes de que Swans vinieran para repetir el ritual del ruido.
Y es que sobre esos dos pilares, ruido y repetición, descansan algunas de las virtudes más aparentes e inmediatamente detectables de la catártica música del grupo: sobre el giro obsesivo en torno a patrones cíclicos propulsados por una cantidad de vatios estremecedores, que convierten el concierto en una ceremonia eminentemente física. Esos vatios, anticipados por los tapones para los oídos marca de la casa que se repartían ayer de nuevo a las puertas de Apolo, se hicieron sentir desde el primer instante, en el que también pudimos percibir ciertos pequeños ajustes aplicados a una fórmula, por otra parte, tan triunfadora como limitada de movimientos; con el amplísimo, psicodélico, místico “The Seer”, la inyección rítmica casi negroide de “To Be Kind” y los tonos vagamente folkie de “The Glowing Man” (algo así como la versión de los Swans de la nueva era de su muy aprovechable dupla relegada de principios de los noventa, “White Light from the Mouth of Infinity” y “Love of Life”), Swans han explorado una vía de intensidad suicida que los ha colocado de nuevo al borde del paisaje que conjuran sus temas: el del Apocalipsis. La actual modalidad de su encarnación más reciente, en vivo en Barcelona por última vez, ha reducido ligeramente, con el trastrueque de las campanas, maderas y cuerdas del carismático Thor Harris por los teclados llenos de efectos del casi clandestino pero esencial Paul Wallfisch, el carácter litúrgico, envolvente, de la música en busca de algunos destellos de mordiente extra: zarpazos electrónicos, voces deformadas hasta el grito, texturas difusas e inquietas, las aspas de un helicóptero, tan familiares ya en Barcelona, que cortan el aire cada vez que giran. Estos Swans (antepen)últimos recuperan algunas inflexiones pospunk de sus orígenes (los álbumes comprendidos entre el iniciático “Filth” y “Holy Money”, relegados en pos de su material más nuevo) y resultan también un tanto más compactos: aunque el tema inicial, “The Knot”, se extendió hasta alcanzar prácticamente una hora, los músicos empezaron el concierto juntos, a diferencia de su último bolo en la misma sala, donde la incorporación escalonada de los mismos al escenario, edificando pacientemente paisajes construidos capa tras capa, habría justificado para su música un adjetivo, el de ‘progresiva’, que en sus más lentos pasajes atmosféricos a veces podría no quedarles tan lejos…
… si no fuera, claro, porque la progresión parece reñida con la esencia misma de su estilo. Swans son unos maestros de la permanencia, los mayores expertos vivos en sostener, lenta y prolongadamente, una tensión insostenible, en permitir que se desborde sólo en pequeñas explosiones controladas, que el pie de su líder Michael Gira detona al percutir contra el suelo y desactiva de nuevo cuando se levanta. Swans es una banda erigida en torno al ritmo: a los titánicos impactos de Phil Puleo, que a veces recurre a los mazos para improvisar un sonido de fuegos artificiales y en otras es capaz de enhebrar texturas imperceptibles con los platos al modo prácticamente jazzie; a la convulsiva figura de Christopher Pravica, al cargo del bajo, dispuesto a sustituir de vez en cuando a la guitarra de Michael Gira como instrumento solista con sus figuras gruesas y persistentes. A la derecha del escenario, Norman Westerberg masca chicle mientras rasca el mismo acorde, desgarrador e incesante, una y otra vez, y en ocasiones se permite algún bending que lo saque del ensimismamiento. A la izquierda, y ya cerca del final del concierto, Christoph Hahn recibe con sonrisa de burla la mirada de desesperación hastiada de Michael Gira, que le afea que no taña con la cadencia conveniente las cuerdas de una pedal steel guitar que nadie ha oído aún. En realidad, nada de eso importa: Swans suben y bajan de intensidad dos, tres veces a lo largo del ancho caudal de cada una de sus piezas (suenan seis esta noche, versiones en estado de mutación perenne extraídas de sus dos últimas referencias en estudio y del álbum “Deliquescence”, grabado en directo) y patentan el oxímoron definitivo: la monotonía apasionante, cuya validez podría certificar el público entero. Un público al que esta vez un Gira ligeramente más contenido ya no azuza tanto (no se sabe si nos abroncó a nosotros por dar palmas o al encargado de luces por encenderlas), concentrado en enunciar sus mantras vocales y en cimbrear brazos y torso para canalizar la energía y controlar las modulaciones de potencia de su banda como algo más que un director de orquesta: un brujo o chamán; el vidente o adivino o profeta que daba título, “The Seer”, al que quizá aún siga siendo su álbum definitivo. Que no sea esta la vez definitiva que nos visitan.

Marc García
Marc García (Barcelona, 1986). Licenciado en Humanidades (UPF) y Teoría de la Literatura y Literatura Comparada (UB). Ha colaborado en medios como Quimera, Qué Leer, numerocero, Revista de Letras, Hermano Cerdo, The Barcelona Review o Panfleto Calidoscopio. Trabaja como editor de mesa, y es también corrector, redactor, traductor y lector editorial.