Óscar Gual
Celebrar la vida en pleno entierro
Texto Santiago García Tirado
Si aún no conocen la populosa ciudad de Sierpe, ya están tardando. Fue levantada en… bueno, tal vez sus coordenadas sean lo de menos. Hablemos mejor de su descubridor, que es también su cronista, Óscar Gual, el mismo que en “Fabulosos Monos Marinos” ganaba para la literatura esa patria del dislate tan sobrecogedoramente parecida a la nuestra real. Regresa estos días con una nueva crónica en la que, de aquella fauna social surgida de una antigua prisión, focaliza al alcalde más conspicuo y mediático de su historia, Roger Lobus.
No sitúa la narración, por lo demás, en uno de sus momentos de esplendor, sino que escoge el momento en que Junior, hijo expolitoxicómano del gran Roger Lobus, tiene que regresar a Sierpe alertado por la noticia de que su padre se halla bajo la sombra de una enfermedad terminal. Por supuesto que todo es desmesurado y grotesco y humorístico en Sierpe, y lo sería más si no fuese porque por allí también y contra pronóstico hace su trabajo la muerte. Serán cinco días, y en ellos tendrán cabida la bufonada, la obscenidad, la diversión y la tragedia: son “Los últimos días de Roger Lobus” (Aristas Martínez, 2015), la novela llamada a consolidar esta saga que aún esconde posibilidades innúmeras.
Empezamos en Sierpe, el escenario perfecto para el disparate que creaste para “Fabulosos monos marinos”, y que aquí sin embargo nos sume en la desazón.
La novela tiene cierta parte personal: mi padre murió en parecidas circunstancias (a las del protagonista, Roger Lobus). Y el libro parte de esas vivencias, sus tres o cuatro últimos días en el hospital, y cuando al final se va. Yo tenía necesidad de hablar sobre el tema de la muerte, y sobre la del padre, pero me di cuenta de que partiendo de esa situación real me veía muy constreñido, me veía abocado a repetir la literatura de la muerte del padre que se ha venido haciendo, la de Peter Handke, de Giralt Torrente ―“Tiempo de vida”―, Philip Roth… y al final me di cuenta de que yo no quería hacer eso, yo quería algo con mucho más humor, sarcasmo, y sobre todo con mucha más ficción. Me dije: Voy a replicar esa escena, y voy a ponerla en Sierpe, a ver qué pasa, de alguna manera como el que pone una semilla en un trozo de tierra y no sabe qué va a salir. A partir de ahí fueron naciendo estos personajes un poco locos, estas estructuras narrativas que me gustan a mí un poco más alocadas, y me sentí a gusto. Cuando decidí calcarlo así, la novela empezó a salir sola, aunque en un principio no lo tenía muy claro.
En los primeros compases Sierpe vuelve a ser ese escenario caricaturesco que no disimula su crítica social. La ciudad se forja a partir de una cárcel en la que hubo caciques, gangsters… y que incluso luce una bandera cuatribarrada.
A ratos es un trasunto de España, a ratos de la Comunidad Valenciana, a ratos de Cataluña, digamos las tierras de donde uno se siente más cercano, por eso cogí pinceladas de aquí y allá. Me gusta utilizar esta ciudad para darle un trasfondo histórico a la narración. El hecho de que elija detalles de unos sitios y de otros distintos crea una imagen caleidoscópica que a mí me atrae, que pueda resultarnos familiar a ti y a mí, o a otra persona, sin ser exactamente ni mi sitio, ni el tuyo o el de esa otra persona.
Hay temas que van y vienen, que forman el sustrato sobre el que crece la novela. Y uno de ellos es el Rock, aunque en este caso la discusión no surge de la voz narrativa, sino que va en la boca de Carlos Manrique de la Santa Delgado, otro personaje altamente caricaturizado.
Para mí el Rock es importante, es una especie de conexión emocional con ciertas cosas generacionales. Yo lo que trato de hacer en mis novelas es cubrir momentos importantes de la historia del Rock en segundo plano, en un intento de hacer un mapa emocional del Rock: en “Cut and Roll” estaba la evolución desde Black Sabbath hacia el Stoner, en “Fabulosos monos marinos” había un estudio más concienzudo de una banda como Metallica, que para mí es la banda más importante de los últimos 30 o 40 años, y en ésta hablábamos de la muerte y lo que encontré fue el Death Metal. Había una situación recursiva que era el cantante de una banda que se llama Death, y que muere de un cáncer cerebral, y al final era una situación de caja de muñecas rusas. Luego se habla también de una situación a la que Carlos Manrique de la Santa le echa la culpa de todo: en el año 91 es la colisión de los dos líderes mundiales del rock en aquel momento que eran Axl Rose y Kurt Cobain. Aquí la teoría de Carlos Manrique me atrae mucho porque allí el que ganó fue el que se pegó el tiro, el que ha dejado un bonito cadáver y sobre el que se han hecho películas; y el que se ha convertido en un payaso y de quien todo el mundo se ríe es Axl Rose.
Otro aspecto con el que tus novelas auspician la incorrección es el de las drogas, que son básicas en la vida de tus personajes y multiplican el poder de sus experiencias. ¿Es necesaria la presencia de la droga, o no es más que un mero complemento canalla?
Yo creo que en esta novela es necesaria. Junior se construye así: tiene diez años de su vida borrados por culpa de las drogas, su padre en el hospital de hecho está drogado y, de alguna manera, la única forma que tiene él de acceder a un espacio compartido es coger la morfina y reunirse con él allí. En “Fabulosos monos marinos” estaba más compartimentada, y había situaciones en las que sí y otra en las que no, en “Cut and Roll” puede ser más gratuito o lúdico el sentido por las que Joel las toma, pero en las tramas, las narrativas que estoy tratando en estos momentos, encajan perfectamente. Si te das cuenta, no hablo nunca de la trascendencia que puedan tener a nivel social, siempre lo trato de una manera lúdica, pero me parece muy interesante en cuanto a la alteración de la conciencia. Me interesa el tema de la identidad, que está presente en todas mis novelas, y a esta novela donde hay un narrador más juguetón, cuasi omnisciente, que se mete en la mente de Junior y otras veces sale, esa tema de la duda de saber qué parte de la conciencia está dopada y qué no, creo que le encaja muy bien el hecho de que tenga un cerebro tan tocado por las drogas.
Pues hablemos de Junior con el que tratas a fondo el tema de la identidad. Se trata de otro personaje cómico, caricaturesco, y con el antecedente de su vida en las drogas, que parecen estar en el origen de sus manías clasificatorias: su distinción entre religiones arcade/ religiones de rol es gloriosa. Confiésate: ¿en quién te has inspirado?
No sé si fue Robert Juan-Cantavella cuando leyó algún borrador quien habló de Luisma, el de Aída, aquel personaje de Paco León. Pero eso de las clasificaciones, se dice en algún momento de la novela, es consecuencia de los tratamientos que va siguiendo en los centros de desintoxicación. Conoces gente que ha pasado por allí y ves cómo modifican su patrón de pensamiento. No digo que salgan peor, evidentemente cualquier persona que se desenganche de la droga sale mejor que entra, pero sí que empiezan a clasificar a las personas como tóxicas/ no tóxicas ―algo que yo luego llevo a un humor extremo―, etc. Conozco gente que ha salido de allí y tiene prohibido hablar con sus amigos. Es realmente dramático que para desengancharte de la droga te tengan que modificar la personalidad de una forma tan bestia. Llevando eso a la parodia, da lugar al tema de las clasificaciones y las teorías, por eso me interesaba entrar tanto en la mente de Junior, porque es una mente que está muy cascada, y ha sufrido el reformateo que básicamente se produce en un centro de desintoxicación.
La novela parte de una realidad científica-analizable (el cáncer) que inopinadamente da juego a una serie de técnicas narrativas que detonan el humor, vaya, lo que menos se puede uno esperar en ese momento de hospital y cuenta atrás.
El humor, en una palabra, me parece inevitable. Al trasladar esta situación a la ciudad de Sierpe, como decía al principio, el humor empezó a brotar de forma inevitable. Probablemente Junior y su padre sean los dos personajes más detallados, mejor construidos que haya hecho jamás ―también les he dedicado más páginas― y en Junior hay una dicotomía muy clara: es un personaje muy de carne y hueso ―por lo que se cuenta― pero actúa como una caricatura, mientras que hasta ahora mis personajes eran caricaturescos en ambas facetas. Mi propósito con Junior era que empatizáramos con él, sin embargo él sigue actuando como una caricatura porque está en un entorno onírico, grotesco, y porque sus reacciones son las de un colgado.
Hay grandes cotas del disparate en la novela, con el humor rayando a una altura pocas veces lograda: así nos encontramos con una organización de enfermos terminales llamada ETA, la lucha de clases en otro planeta entre robots de cartón y humanos, incluso un simio llamado Juan Carlos I...
En el tema del mono tuve que ajustarme cuando hubo la abdicación (risas), esto ya estaba escrito y tuve que ajustarme a Felipe VI, etc., aunque todo forma parte de una situación más lisérgica, y uno se lo puede permitir. La banda terrorista formada por Enfermos Terminales (la que entra en conflicto con la E.T.A.) está enlazada con los mundos virtuales, que es otra de mis obsesiones ―ya salía en “Fabulosos monos marinos”, donde aparecían algunos capítulos en escenarios virtuales―. Este grupo terrorista me interesa como ampliación del escenario terráqueo, creo que hay que darle cobertura a lo que está sucediendo en un plano no físico, y en esta novela hay cosas que pasan a un nivel onírico, y otras a un nivel virtual, y mi idea es hacer un paralelismo entre ambos mundos.
El lector de “Los últimos días de Roger Lobus” acaba sufriendo él mismo el efecto lisérgico que provoca la subversión del discurso lógico. ¿Eres consciente de que, alcanzado ese punto, el lector está en tus manos, puedes colarle lo que se te ocurra?
No me lo había planteado así, pero uno es consciente de que le pide al lector que no lea con el piloto automático ―aunque siempre es complicado ponerse en la experiencia lectora―. Sí creo que en esta novela hay varios momentos que para el lector representan una cuestión de fe ―pienso en aquello de los robots de cartón, por ejemplo―, y hay un detalle que hice pensando en eso, el tema de los capítulos. Si te das cuenta, son más largos que en mis dos libros anteriores: son muchas páginas por cada día, y dentro de cada día aparecen pequeñas secciones separadas por espacios. En un principio la novela estaba estructurada a partir de esos pequeños plazos, pero decidí juntarlo todo porque quería inducir al lector a hacer lecturas más largas. Así te puedes dejar llevar más por esta locura lisérgica que comentas que no leyendo pequeños capítulos de pocas páginas.
Pues uno se halla en ese estado cuando le sorprende la auténtica bomba: el Dr. Curtis Ledog comienza a hablar con toda seriedad del cáncer terminal. Uno se está desternillando a manos del disparate, y entonces aparece la muerte y lo mira a los ojos.
La novela surge de una necesidad. O, vaya, tampoco hay que ser tan dramáticamente literario, simplemente yo pasé por unas circunstancias parecidas en la muerte de mi padre, y lo que más recuerdo es la intensidad de esos dos o tres días, y cómo vi que había cosas muy contradictorias. Por ejemplo, yo soy tanto por formación como por creencia escéptico y científico, y aquellos dos o tres días me hicieron dudar. Otra dicotomía es la normalidad de lo que te está sucediendo: que una persona muera por haber fumado dos paquetes de Ducados diarios pues tampoco tiene nada del otro mundo, sin embargo es una excepcionalidad en la vida de uno. Te mueves en una situación de extremos. Yo siempre había pensado que, llegado un momento así, sería una persona mucho más práctica, y desearía que pasase rápido, sin embargo me vi allí retomando una situación extraña, quizá mental, con mi padre. En lugar de ir todos los días al hospital triste, iba contento, con esa sonrisita que se le asoma a Junior al principio de la novela, y es esa intensidad de aquellos días la que uno le ha aportado al personaje. Fue a partir de ahí cuando uno empieza a escribir, luego se toma la decisión de trasladarlo a Sierpe porque creo que así la ficción corre mucho mejor, al no estar constreñido por la realidad, y al final, cuando apareció este personaje, Llagas, es cuando yo entiendo que el final de la novela tiene que ser ése. Cuando vi que podía suceder eso tan extraño que sucede en esa habitación, vi que la novela en mi cabeza estaba terminada.
Sin embargo, no es una novela que se complazca dando vueltas alrededor de la muerte. Haces un quiebro muy inteligente con el que conviertes en principal el de la identidad, ¿es que uno no termina en consolidar su identidad hasta que se las ve con la muerte?
La muerte del padre es más dramática por eso mismo. Lo que estás viendo es un espejo futuro, te ves a ti mismo, y también te cae el peso de la familia encima. Por desestructurada o bien avenida que esté tu familia, cuando muere tu padre dejas de ser un niño, aunque tengas 40 o 50 años. El tema de la identidad se plantea a partir de la relación de Junior y Roger Lobus, que era bastante inexistente, y cómo en ese momento él trata de reconstruirla. Y me interesa la identidad de Junior, pero también la del homo sapiens, el ser humano. Si te das cuenta, en la novela hay un recorrido ―tangencial― desde el surgimiento del homo sapiens y sus peleas con los neanderthales, su evolución hasta nuestros días, y cómo, en un posible futuro los supervivientes de los humanos se irán a otro planeta y allí surgirá la pregunta de qué es más humano, si los robots hechos por los humanos o los propios humanos que están allí, que ya no han nacido siquiera en la tierra. Ese tema, la identidad, me interesa mucho. Y creo que no hay un tema más profundamente identitario que la relación con el padre que tiene cada uno.
Después de comprobar que un compañero de clase murió al caérsele encima la estantería C-D donde estaban “Crimen y castigo”, Calderón o el tremendismo de Cela, Junior concluye que la literatura es “por su propia naturaleza, una actividad relacionada con la muerte”. Me recuerda a tantos chavales de ahora, angelicos míos. Pese a todo, Óscar Gual decide en un momento de su vida que su modo de expresión será la literatura, ¿cuándo tuvo lugar ese momento iniciático?
Pues es un momento sencillo, fácil de explicar. Bueno, había escrito cosillas, guiones para cortos, pero me encuentro con 28 años, me había comprado una casa y tenía que ir pagando entradas. Me encuentro que durante un año y medio tengo que pagar tanta pasta al mes que no puedo salir. Una cosa lleva a la otra: empecé “Cut and Roll”, que son relatos cortos, hasta que hubo un momento en que llevaba diez o doce y aquello no tenía pinta de terminar pronto. Entonces decidí continuar hasta el final, y tuve suerte de que Sergio Pascual apostó por ella rápidamente. No sé, si no me hubiese decidido a comprar aquel piso ―que luego vendí― y hubiese tenido pasta para salir los fines de semana y gastármelo en tonterías, en cohetes, que decimos aquí, tal vez no estaría escribiendo ahora mismo.
No será tanta contingencia: de “Cut and Roll” a “Roger Lobus” se observa un progreso muy consciente, y ni siquiera aquellos primeros pasos parecen un tanteo de principiante.
Yo sí que noto que “Cut and Roll” está muy influenciado por lo audiovisual, y encaja porque hay cámaras, y hackeos, pero ahora me interesa la literatura que no es inmediatamente traducible a imagen. Creo que, en este caso, “Roger Lobus” sería difícil de traducir a cine, porque entra mucho en la mente de Junior, donde prácticamente ocurre todo, hay muchos pensamientos muy alambicados, y sería realmente complicado. Pienso que esa es la fuerza y el factor diferencial que tiene la literatura, no ser potencialmente una gran película, que es el mal que yo encuentro hoy. Sí noto que hay una evolución clara, busco pulir ese tipo de referencias intertextuales y hacerlas más concretas, exactas y justificadas. Y hay una autocomplacencia, que conforme van pasando los años se te va quitando, y es el saber cortar y tirar páginas y saber contenerte a la hora de introducir cosas que pueden que a ti te hagan gracia, pero sólo a ti. Creo que es el proceso de maduración de un escritor.
Y ya que hablas de tu producción, ¿qué nombres puedes citar como referentes?
A mí lo que me pasa es que lo que me gusta leer no es solamente lo que más me influye. Entiendo que lo que más me influye son autores de narrativa contemporánea, por ejemplo, a nivel español Juan Fco. Ferré ―quizá no tanto por las preocupaciones que siento en sus textos―, Robert Juan-Cantavella ―compartimos mucho imaginario―, y autores norteamericanos como Philip K. Dick, Palahniuk, Foster Wallace, etc. Hay un autor, que acaba de fallecer, Terry Pratchett, y que a mí me interesa mucho, no por sus tramas, sino por esta forma de narrar, con un humor soterrado que yo creo que intento replicar. Esta novela me coincidió con una época de leer cosas como “Noches blancas”, “La muerte de Iván Ilich”, evidentemente “Oblómov” (incluso hay un personaje en el libro que vive la demora del tiempo), o sea que los maestros rusos de alguna manera están reflejados.
¿Y qué me puedes decir de lo que no es confesable?
Yo lo confieso todo, pero mira, ahora estoy leyendo a Gaddis, que me está costando porque es duro, tengo un libro abierto de Daniel Ausente, “Mataré a vuestros muertos”, un libro pulp, y en el ebook tengo “El adversario”, de Carrère, una cosa que me interesa para lo próximo que quiero escribir, pero no sé si me va a gustar o no.
Lo que hacéis Robert Juan-Cantavella y tú en literatura se parece a un tango, algo que se presta a un juego muy canallesco y no sé si sois conscientes de que es una relación inédita en la literatura española.
Hombre, sin duda, y esperamos continuarlo haciéndolo de forma más intensa. Aparte de aquel librito que hicimos a cuatro manos [“El corazón de Julia”, Ed. Morsa, 2011] a mí lo que me dejó más satisfecho fue cuando cruzamos los libros de “Cut and Roll” y “El Dorado”, aquello fue muy potente: el hecho de narrar el mismo capítulo en las dos novelas, desde diferentes puntos de vista, que se planteó incluso como una especie de reto, porque yo lo escribí primero y dejé a su personaje en una mala situación que él tenía que solucionar… Vamos a volver a intentarlo, últimamente ha habido impedimentos, hemos sido padres los dos, etc., pero en cuanto coincidamos vamos a volver a otro reto tan potente como aquél. Yo creo que eso encaja perfectamente en la manera que tenemos de tomarnos la literatura de una forma bastante menos trascendente de como los escritores se la suelen tomar. En ese aspecto Robert y yo compartimos un punto de vista muy parecido. Creo que la literatura tiene que ser trascendente, pero la tienen que hacer trascendente los lectores, no los escritores.
Esta novela refleja un alto grado de madurez creativa, ¿has alcanzado también un nivel más definido de tu identidad?
Sí, te doy la razón en eso. Esta novela, que surge a nivel literario de forma inesperada ―porque yo tenía otra cosa en mente después de “Fabulosos monos marinos”― me ha ayudado mucho a saber qué tipo de escritor quiero ser, qué tipo de escritor voy a ser. Por el tiempo que ha pasado tengo más claro qué tipo de literatura me interesa, tengo más claro el tipo de cosas de las que no puedo huir ―como el tipo de humor, la bufonada, etc.―. Y tengo una cosa en mente con la que espero ponerme antes del verano.
Venga, atrévete a desvelar algo de ese proyecto.
Es el que dejé por “Roger Lobus”, que tiene que ver con el western, y no sabría definírtelo, pero es algo que tiene en común la autoayuda, el naturalismo y la economía, son las tres cosas que te puedo decir que contendrá esa novela, los tres pilares en los que me voy a basar.
¿Y seguirá estando Sierpe habitada por esa fauna tan peculiar?
Pues si he conseguido encajar este libro en Sierpe, supongo que sí, aunque Sierpe en lo último que se va a convertir es en un problema. Si en algún momento veo que las cosas allí no encajan pues lo sacaré. Pero así como al escribir “Roger Lobus” la intención era no situarlo allí y al final acabó estando en Sierpe, pues en esta próxima la intención es que acabe allí.

Santiago García Tirado
Soñó con llevar subliminalmente en su DNI una cifra capaz de avivar el deseo, pero llegó al mundo en 1967, con dos años de antelación para la fecha correcta; desde entonces no ha hecho más que constatar que siempre estuvo (contra su voluntad) en el tiempo equivocado para ser cool. Con empeño, y en contra de la opinión de las hordas hipsters internacionales, ha llegado sin embargo a crear la web PeriodicoIrreverentes.org, y colaborar en Micro-Revista, Sigueleyendo, Quimera y Todos somos sospechosos, de Radio 3. Sus últimas obras de ficción son “Todas las tardes café” (2009, relatos) y “La balada de Eleanora Aguirre” (2012, novela). En 2014 verá la luz su novela “Constantes Cósmicas del Caos”, con la que espera coronar su abnegada labor en beneficio de la entropía universal.