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Marek Hemmann

Moments

Freude Am Tanzen

7

Tech-house

Brais Suárez

 

 

La coherencia que “Moments” muestra frente a otros trabajos de Hemmann redunda también en una monotonía más impersonal. Canciones como “Purple” muestran sus sonidos más característicos, pero el disco carece de ese componente innovador que aportaba, por ejemplo, “In Between”. No engancha. Es más aséptico, más limpio y más lejano. Su gran virtud, la harmonía, decae hacia un terreno ambient que se diluye en el oído. La textura es directa y agradable, pero no lo suficientemente perturbadora ni adictiva. Solo las introducciones de la mencionada “Purple”, de “Venice” o de “Mandrill” son capaces de oscurecer la vista y dar vigor a ese sonido berlinés tan presente en los sintes. “Mandrill” es, de hecho, la pista más nocturna y con más fuerza por su capacidad para mezclar y calmarse en un final muy acertado.

 

Es esta quinta pista una excepción ante un conjunto en que las bases están muy marcadas y la fuerza inicial se difumina hacia el final de unas canciones que se vuelven largas. Con todo, no resulta evidente desde el principio ya que, en “Helio”, la elegancia disculpa sus vicios y representa la gran cualidad del disco: manejar canciones más bien planas gracias a los detalles definidos correctamente.

 

 

Como “Mandrill”, “Venice” empieza con un sinte muy techno, oscuro y agónico, pero se suaviza con la caja de ritmos que se le superpone y el teclado que toma el pulso hacia el final. “Ginger” marca un ritmo sobre el que se yergue toda una ingeniería de sonido: variedad de las cajas de ritmo y un buen juego con las entradas de otros efectos consiguen un tema pasable, pero es “Purple” la pista que mejor recoge la identidad de Hemmann. Combina sonidos acústicos y distintas progresiones se van sumando como una sensación de oleaje tranquilo y relajado.

 

A continuación, la mencionada “Mandrill” pone el humor por las nubes, pero “Joker” consigue rebajar el tono cuando mejor te lo estás pasando. Algo así como música de restaurante playero 24 horas.

 

Como no puede faltar en un ambiente propiamente berlinés, “Comonia” aporta el toque nostálgico, más mañanero, la versión apaciguada de “Mandrill”, su consecución necesaria. Se sale del resto del disco, precisamente porque es una canción que evoluciona, por ser mucho más evocadora. “Bob”, para terminar, es el ejemplo de la irregularidad del disco. Por presentarse con un sonido más simple, es también la más compleja. No se escuda en una combinación estroboscópica de sintes y cajas de ritmo. El piano que lleva el peso, la base que aumenta, progresiones que se intercalan y, así, la canción crece poco a poco, bajo la influencia de esos tres elementos  manejados con maestría.

 

Brais Suárez

Brais Suárez (Vigo, 1991) acaba de estrellarse con su idea de vivir escribiendo aun sin ser escritor. Dos periódicos gallegos se encargaron de dejarle claro que mejor le iría si recordara mineralizarse y supervitaminarse, lo que intenta gracias a colaboraciones esporádicas con algunas revistas y otros trabajos más mundanos que le permiten pagarse su abono anual del Celta y un libro a la semana. Por lo demás, viajar, Gatsby y estroboscopia lo sacan de vez en cuando de su hibernación.

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