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LawrenceYoyogi ParkMule Musiq 8House |
El año 2015 fue el más discreto dentro de toda la carrera de Lawrence: apenas se dignó a publicar tres temas, los que incluía el EP de vinilo “Manhattan”, que encima ya habían visto la luz en digital durante la temporada anterior. Algo insólito para alguien como Peter M. Kersten, que siempre ha sido consciente de su pertenencia a la segunda división de la cosa electrónica, y que por eso mismo sabe que su éxito en las cabinas tiene mucho que ver con la continuidad de su producción discográfica. Entre los motivos para esta relajación seguro que estuvo el excelente recibimiento de “A day in the life” (14), un disco en el que nuestro hombre se decidía por fin a abrazar el ambient sin tapujos, y cuyo éxito debió provocarle alguna duda existencial: ¿debía seguir por ese camino y abandonar definitivamente el minimal house con el que se había hecho popular? Y, si la respuesta era afirmativa, ¿cómo se podía compaginar esa nueva faceta con el trabajo que de verdad le da de comer; es decir, el de DJ?
“Yoyogi Park” responde a estas preguntas sin llegar a tomar partido: se trata de música de club, sin duda, pero es música de club destilada a partir de elementos, partículas y estrategias propias del ambient. Esto quiere decir que hay en varios de los temas un aire contemplativo y narcótico, que antepone la construcción atmosférica a la efectividad rítmica –de hecho, los bombos suenan en general apagados y opacos, como si Kersten no estuviera del todo seguro de que realmente tengan que estar ahí–, pero también que muchas de las capas que componen esos temas están diseñadas para puntear los desarrollos rítmicos: juegos melódicos que evolucionan siguiendo patrones misteriosos, samples que aparecen y desaparecen de manera cíclica, sonidos orgánicos que hacen vibrar la mezcla de una forma extrañamente efectiva (fíjense, por ejemplo, en ese contrapunto como de funk alienígena al que se ancla la estupenda “Illuminated”). Mimbres a los que hay que añadir un meticuloso cuidado del sonido y de la dinámica, un esfuerzo importante por trabajar con fuentes de sonido atípicas (abundan las grabaciones de campo, muchas capturadas en el japonés Yoyogi Park que da título a la criatura) y una producción laberíntica y detallista, que obliga a sumergirse por completo en el disco, que obliga a escucharlo de manera repetida, para desentrañar todo lo que suena y se cuece en su interior.
Un cúmulo de circunstancias que, como íbamos diciendo, sitúan a “Yoyogi Park” en una curiosa tierra de nadie: no se trata de un disco pensado para la pista de baile, aunque casi todos sus temas podrían encontrar acomodo en una sesión que supiera combinar la elegancia y la fuerza (que es una definición perfecta para pistas como “Nightlife”, por cierto); y tampoco es exactamente un disco para escuchar en casa, a pesar de que el tono en general es melancólico e intimista (a veces incluso roza el sonido balearic: ahí está “Clouds and arrows” para demostrarlo), y a pesar también de que otros momentos, como “Blue mountain” o “Nowhere is a place”, son versiones actualizadas de cortes que ya estaban en “A day in the life” y conservan toda su carga onírica. Así que quizás el secreto para su disfrute resida precisamente en asumir esa dualidad y sacarle partido, en dejar que suene y que se adapte al estado de ánimo que tengamos en cada momento. Ya sea más recogido o más eufórico, que lo potencie, que magnifique ese estado de ánimo.

Vidal Romero
Como todos los antiguos, Vidal Romero empezó en esto haciendo fanzines (de papel) a mediados de los noventa. Desde entonces, su firma se ha podido ver en infinidad de revistas (Go Mag, Rockdelux, Ruta 66, Playground, aB, Era y Clone entre muchas otras) y algún que otro periódico (Diario de Sevilla, Diario de Cádiz). Es también uno de los autores del libro “Más allá del rock” (INAEM, 08) y ha trabajado como programador y productor para ciclos de conciertos y festivales como Arsónica, Territorios o Electrochock (US). Incluso le ha quedado tiempo para ayudar a levantar España ladrillo a ladrillo con lo que es su auténtica profesión: la arquitectura. Es uno de los mejores analistas de música electrónica de este país.