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Death And VanillaTo where the wild things are…Fire 8,5Library music / Pop psicodélico |
Aunque ya con su primer single, el muy burbujeante “EP” (10), llamaron la atención de algunos aficionados atentos, a los suecos Death And Vanilla les ha costado mucho trabajo salir del circuito especializado en la library music y las bandas sonoras imaginarias; ese pequeño universo en el que veneran los discos que publican Finders Keepers o Ghost Box, y bandas como Broadcast o Stereolab tienen una estatura heroica. Que se les encasillara ahí es consecuencia de varios factores: su afición por los sellos pequeños y especializados (Hands In The Dark, Kalligrammofon, The Great Pop Supplement), la utilización de pictogramas y símbolos ocultistas en las portadas de sus discos y el uso extensivo de una instrumentación añeja, en la que sobresalen los órganos Farfisa y Moog, las guitarras empapadas en fuzz, los vibráfonos y una larga colección de pedales de reverb. Árboles que impedían ver un bosque en el que, sin embargo, florecían deliciosas canciones de pop psicodélico, que ampliaban el espectro estilístico de manera notable para acercarse, por un lado, al pop francés a lo Serge Gainsbourg, y por otro, al dark ambient más chungo.
Su tercer disco, “To where the wild things are…”, todavía conserva algunos ingredientes de esa estética particular, comenzando por el título, un homenaje al famoso libro del escritor Maurice Sendak (que en español se titula “Donde viven los monstruos”), y siguiendo con algunas de las canciones. “Necessary distortion” es una precisa recreación del sonido pulsátil y encantado de los primeros Silver Apples: seis minutos de remolinos electrónicos y ritmos metronómicos que se mueven alrededor de una línea de voz hipnótica. Y “The optic nerve” (hasta el título suena a película de serie B) es una delicada canción de cuna, toda empapada en nieblas atmosféricas, campanitas y voces que susurran. Es a partir de “Arcana” cuando las cosas empiezan a cambiar y de entre los sonidos legañosos emerge una preciosa melodía de sintetizador, mucho más cercana al dream pop de los primeros noventa que a la exótica de los sesenta; una manera de hacer que prosigue en “California owls”, que viene a ser algo así como el cruce perfecto entre Mazzy Star y The Velvet Underground, y en la delicada “Time travel”, que de nuevo vuelve la vista hacia la particular alquimia sonora de Broadcast. El resto del disco continúa en esa línea, equilibrando experimentos sonoros de sabor retrofuturista, melodías pop con regusto infantil, orquestaciones inspiradas en el universo Disney y ambientes polvorientos. Material del que emerge una colección de canciones ensoñadoras y magnéticas, capaces de transportar al oyente hacia un mundo en el que viven monstruos amables, máquinas sensibles y viejos alquimistas que trajinan con cables y micrófonos, en lugar de con alambiques. Maravilla.

Vidal Romero
Como todos los antiguos, Vidal Romero empezó en esto haciendo fanzines (de papel) a mediados de los noventa. Desde entonces, su firma se ha podido ver en infinidad de revistas (Go Mag, Rockdelux, Ruta 66, Playground, aB, Era y Clone entre muchas otras) y algún que otro periódico (Diario de Sevilla, Diario de Cádiz). Es también uno de los autores del libro “Más allá del rock” (INAEM, 08) y ha trabajado como programador y productor para ciclos de conciertos y festivales como Arsónica, Territorios o Electrochock (US). Incluso le ha quedado tiempo para ayudar a levantar España ladrillo a ladrillo con lo que es su auténtica profesión: la arquitectura. Es uno de los mejores analistas de música electrónica de este país.